jueves, 29 de abril de 2010

Cuando los días dejen de tener un número de horas infinito,
los pantalones con los que ando dejen de arguellarse
y de desaparecerse las suelas de mis botas sucias
al rozar de su estrépito con el pavimento insistente,
espero que me quedé memoria todavía para acordarme
de la forma en que yo reía cuando aún reía.

El problema de la tristeza es que contribuye con fidelidad
a que vayas olvidándote con lentitud de cómo era la alegría.
El problema de la tristeza es que es un pesado gabán
del que nunca sabe uno muy bien como desprenderse.

El problema de la tristeza, quizá termine siendo la tristeza.

martes, 27 de abril de 2010

Tengo un amigo
-amigo por decir algo-
que es idiota.

Aunque eso sí,
me agradece el pesimismo
con que me miro al espejo
y recito, una por una,
todas mis penas.

Con palabras
como las que ahora escribo,
los que perdieron su corazón
-o no lo tuvieron nunca-,
él afirma pueden acercarse
algo al concepto de arte
que tanto les rehúye.

A mí, en lo que me toca,
me importa un bledo,
si uno recita de extremo a extremo
cada uno de los aspectos que le afligen
no es jamás en relación a esas arterias
artísticas que hay quién asegura
a los poetas se nos desangran a mares.

Aunque yo siempre dije que poeta no soy,
que yo tan sólo escribo versos.

Si yo recito,
frente a los espejos míos,
una por una,
cada una de ellas,
cada una de mis penas,
es porque de su número que no gestiono,
terminan casi solas vertiéndose,
derramándose a mares,
sobre cualquier espacio en blanco.

miércoles, 21 de abril de 2010

LAS MANOS FRÍAS

Él estaba enamorado de ella. Ella nunca lo estuvo de él. Nunca hubo un espacio para ambos. Jamás una inquietud en los comportamientos de ella por verse, sentirse y olerse más allá de unos minutos. Un muy breve lapso de tiempo a todas luces insuficiente. Él predicaba su amor en cuentos y poemas. Lo predicaba con su forma de hacer, su estilo en la palabra, su desarrollo del día. Lo formalizaba con su actitud novelesca de muchacho cautivo. Ella no lo hacía.


Con el tiempo, se desvaneció la ilusión por el día después, por la cena en común o por el reencuentro deseado. Los días se hicieron grises y las noches parecían ser el sonido de la soledad hecho porción de existencia. Seguían juntos pero no había nada que, en verdad, fuera suyo; ni los besos, ni las caricias, ni los espacios.


Él estaba enamorado; su corazón latía sólo en dirección a ella y como había latido, en un principio, intenso. Como lo había hecho, en los inicios, fortalecido. Como lo había hecho, cuando empezaron, impulsando enormes cantidades de sangre hasta cada uno de los extremos de su cuerpo pues cada uno deseaba experimentar, conocer, tomar parte de su enamoramiento.


Pero ella se llevó la ilusión y la ilusión se llevó consigo aquella forma de latir y el corazón pareció detenerse algo, ralentizarse, venirse abajo como lo hacen las hojas de los hayedos en el otoño. Cada beso suyo era un puñal envenenado, cada abrazo un dardo en la carrera, cada te quiero una descarga. Y con cada una de aquellas vacías muestras de cariño la musculatura cardiaca de él se desarmaba un poco, perdía fuerza, se desfondaba. Al final ya no hubo sangre que impulsar a cada extremo de su cuerpo pues ninguno de ellos quería saber nada de aquel fluido envenenado que ya no embriagaba.


El día que su corazón inicio su cansancio todo le resultó distinto. De repente parecía costarle mucho más. Desde atarse los zapatos en la mañana a colocarse las dos piezas de su pijama por la noche; todo le requería un mayor esfuerzo. Incluso se le comenzó a agrietar la sangre, a cuarteársele la sangre en las arterías. De tanto como se le cansó, apenas le llegaba ya a las manos, teniendo siempre las manos frías.

lunes, 19 de abril de 2010

...para Carmen y Jorge

Ahora estoy solo frente a un libro de problemas.
Pensarán que aprendí a leer para desesperarme.

Me acuerdo de vosotros tanto que no quisiera estar aquí.
Me acuerdo de vosotros tanto que quisiera estar con vosotros.

Ahora estoy solo frente a un libro de problemas.
Joan Baez aparece con levedad desde los altavoces.

Me acuerdo de vosotros tanto que no sé estar aquí.
Me acuerdo de vosotros tanto que sólo sé estar con vosotros.

Sabéis, sabéis cómo se hace cuando uno se muere
de quietud llevando el nomadismo agarrado a las entrañas.

Sabéis, sabéis cómo se hace cuando uno se alimenta de rocas,
arroyos, bosques y puede tan sólo cocinarse edificios.

Siempre estuvimos más cerca de ser nómadas
que de las impersonales paradas del autobús urbano.

Siempre cuando estuvimos juntos lo estuvimos
más cerca de la felicidad que de la tristeza.

Siempre más del cielo que de las lombrices de tierra.

Me acuerdo tanto de vosotros que estoy algo triste
sin saber cómo estar aquí, estar aquí sedentario,
sin vosotros.

viernes, 12 de marzo de 2010

Marchó de esta ciudad la inocencia
cuando se llevaron los tranvías.

Con los aparatos rotos y lentos,
también se fue la ternura que
tienen las vidas cotidianas
por los asuntos sencillos.

Los automóviles han sido siempre uno complicado.

Nadie pensaría en ellos como idóneo escenario
para todas y cada una de las cosas –bellas o no-
que la vida procura.

Ésta fue siempre más hermosa con tranvías.

Su cuerpo metálico, sus pies de arraigo,
supusieron durante tiempo y tiempo; horas y horas
de andar subiendo y bajando película
a los cinematógrafos.

Tiempo y tiempo; horas y horas
de diálogos y emociones; de crepúsculos
y auroras; de contiendas, deserciones
y triunfos.

Recuerdo aún los raíles sujetos al paseo.
Me parecieron siempre huellas indelebles
del elefante que dormita.

Ahora regresa a su dominio;
el enorme paquidermo despierta
fortalecido de su letargo.

Ya no es lento, no está roto. Con él volverá
la inocencia a invadir de esta ciudad sus calles
y podré enamorarme sobre su lomo
como no me dejaron hacerlo entonces.

Entonces, cuando yo tenía un año tan sólo,
uno tan sólo, y nos arrebataron los tranvías.

martes, 9 de marzo de 2010

Dejadme ser yo mismo en mi tristeza,
en mi semblante amargo, en mi silencio.

Permitid que me corrompa como se corrompe
el caldo acuoso de los bóvidos
dejado en el alféizar a su suerte .

domingo, 7 de marzo de 2010

Uno no exige para sí apenas nada,
quizás un café a mediodía,
el diario de segunda mano
y no dejar nunca de pedalear,
de extremo a extremo,
por un planeta vacío
de automóviles.